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El teatro es una herramienta de transformación social que necesita de dos binomios, actor y público que generen sinergias ilimitadas. Aunque de manera objetiva sería una definición idílica por parecer una afirmación que representase un mundo perfecto, no deja de ser un deseo para muchos el día en que hubieren abiertos los telones de teatros para no cerrarlos jamás.

Los unos y los otros son necesarios para desarrollar una industria cultural de valores que aporten paz y progreso, ideas nuevas y soluciones ante tantos problemas que sufre la sociedad actual. Pero despertar el interés por el teatro no es fácil, sobre todo cuando vemos el desplazamiento que tiene éste por la cultura de la inmediatez y lo efímero.

Cuando hubieren sentido interés o curiosidad por un buen título, entonces un público podría mirar más allá y preguntarse, el qué, por qué, cuándo, etc… Ahí empieza todo, con un buen título que atraiga a un público y haya encontrado una de estas tres preguntas.

En este sentido el teatro puede tener un rol fundamental a la hora de poner en marcha procesos sociales orientados al cambio y éste siempre es doloroso porque necesita de un esfuerzo, necesita que el público salga primero de su zona de confort y piense que algo le oprime para saber lo que quiere recuperar, en este caso un deseo tapado o borrado.

El teatro es por tanto un alivio cada vez que abre su gran telón, pero no como una posibilidad, sino como el deseo de dar continuidad fuera de él mismo para recuperar los anhelos. Sólo entonces, cuando hubieren abierto los telones de teatros para siempre, el sueño y la realidad en las personas se entrecruzarán permanentemente.

Cuando hubieren abandonado las distracciones, cuando el futuro sea tan inmediato que el deseo ya no sea suficiente y se abriere paso a la creencia, entonces y solo entonces el sueño o compromiso estarán tan arraigados que los telones para teatros ya no tendrán que cerrar más.