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Pocos lugares salvo el espacio exterior tienen tantas dimensiones como el escenario de un teatro, allí donde el telón se abre y nos transporta hacia los límites de lo abstracto del pensamiento y las emociones humanas. Un lugar donde nos inyectan cultura cuando más lo necesitamos, porque comprar la entrada a una obra de teatro y sumergirse en lo más profundo de una historia nos hace pensar en lo que somos.

En la extensa y basta literatura podemos encontrar siempre aquellas respuestas que siempre hemos estado buscando, cuestionamientos existenciales que pueden llegar hasta cambiar algunos de nuestros paradigmas.

El teatro tienen una gran diversidad de manifestaciones y muchos recursos en cuanto a decorados y artificios audiovisuales que hacen reaccionar a nuestros sentidos y estimulan nuestra capacidad de atención.

Por ejemplo un telón de fondo en algodón negro detrás del escenario elimina toda referencia para el espectador, centrando su atención sobre los personajes y objetos más cercanos al proscenio. Este tipo de tejidos negros para teatros crean un efecto de infinito o de vacío.

Incluso en comedias o musicales todos los mensajes tienen unas claves a modo de parábolas o metáforas para hacer que el público cree su propia opinión o pensamiento crítico.

Al salir del teatro tenemos un pensamiento más abstracto, haciéndonos personas más libres, independientes y autónomas, sobre todo formándonos con criterio propio. En definitiva, de lo que se trata es de bucear un poco en nosotros mismos y encontrar de esta forma las respuestas que buscamos aplicar en la realidad.

A nivel educativo, el teatro potencia las relaciones personales con sus compañeros y con los adultos, favoreciendo la formación integral del niño como ser social. Al mismo tiempo permite desarrollar las diferentes formas de expresión, desde el lenguaje hasta el movimiento corporal o la música.