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Bajo el cielo estrellado de Mérida se erigen las sempiternas columnas del teatro romano, que presiden con gran majestuosidad el escenario donde innumerables obras de teatro clásico tienen lugar.

En este marco incomparable sobra el telón clásico que podemos ver en cualquier escenario de teatro, siendo en este caso la ambientación de luces y sonidos las que enaltecen obras como Cayo César en su 66 Edición del Teatro de Mérida.

Desde el minuto uno, el piano da paso a un Cayo César que, en su delirio de grandeza y abuso de poder, también sufre y vive atormentado, todo ello en un espectáculo multidisciplinar, con protagonismo del teatro, la música y la danza.

En su proscenio, los actores van y vienen en un diálogo conjuntado y de coreografías bien estudiadas que acompasan y forman un todo inteligible para todo el público. Una obra muy fácil de leer con mucho simbolismo que traspasa en todo momento el fino velo imaginario de un telón virtual y que quizás por la cercanía del público, las emociones capturen y rompan la cuarta pared del propio escenario uniéndolos con los actores.

Como hilo conductor que alimenta la obra se encarga la parte de coreografía con especial énfasis en representaciones individuales que plasman sobre el escenario «la muerte, la rabia, la ira o el alivio». En este y otros actos de la obra donde la danza toma especial protagonismo, algunos actores han tenido que hacer un esfuerzo extra para adaptarse a condiciones adversas donde no se encontraban cómodos con determinados movimientos corporales propios de la coreografía.

La obra se presenta con una sobria y sencilla escenografía, ideada por Miguel Ángel Castro, y compuesta por un trono que en nuestra opinión parece demasiado infantil. Por lo demás, una obra nunca pudo dar tanto de sí con tan pocos artificios, tan solo con unos arbolitos, módulos y escalones practicables que los propios actores mueven para adaptarlos a las sucesivas escenas.

Llama la atención los juegos de luces y la proyección de sombras sobre el fondo del monumental escenario que hacen las veces de telones. El teatro romano de Mérida recrea con bastante fidelidad el único género literario que en la época de la helenización de la cultura latina se había enriquecido ya en Roma con una rica tradición popular.

La escenografía contemporánea conlleva un artificio muy sofisticado de luces, escenografías y telones, que en el caso del teatro romano se ha de realizar de forma discreta y eficiente con diferentes tipos de proyecciones para que encajen con el edificio histórico.