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Dentro de la fotografía profesional existe una modalidad artística que trata de captar los mejores momentos de un teatro, sus artistas interpretando una escena o los movimientos de los músicos en un concierto de cámara. Pero también hay instantáneas que marcan tanta intensidad como la que desprenden los propios actores y sus gestos, nos referimos a esa expresión viviente y majestuosa, protocolaria e intensa que provocan los telones de teatros cuando acudimos a ver una función teatral, como ese enorme telar que separa la realidad de la ficción donde no deja indiferente a nadie, creando un halo que separa el umbral de la realidad con aquellos anhelos y fantasías que esperamos encontrar, buscando quizás entender y conceptualizar la información y las emociones que nos quieren transmitir los actores cuando empieza la obra de teatro.

Pero cuando hablamos de fotografía teatral estamos elevando a la categoría de máxima expresión y de contenido el fragmento grabado de ese instante, aquello que representa un gesto frente a un decorado escenográfico y así de esta forma queda perpetuado en la memoria del individuo y de la comunidad.

Llegados a este punto toca sumergirse pues un poco en la profundidad de la información que toda persona necesita asimilar y de la forma con que la registra. En algunos de los trabajos que he podido realizar referentes a la captación de imágenes teatrales con determinada carga informativa, se establece que la paciencia es un factor clave para poder entender el mensaje que nos quieren enviar, como cuando vamos a un museo y nos paramos a observar un cuadro de un gran pintor, desde una foto, unas palabras o un texto de un contenido como el que están leyendo en estos momentos.

Para entender mejor que relevancia tiene la paciencia en la asimilación de conceptos sea cual sea el canal por el que los recibimos, podemos poner el ejemplo de las analogías, las cuales accedemos a ellas recuperando de nuestra memoria aquellas vivencias que nos resultan lo más parecidas posibles a aquello que queremos entender y las catalogamos, nos aseguramos de que aquello que nos quieren transmitir nos es familiar y las asociamos a nuestras intuiciones más primarias para sentirnos cómodos. La narrativa teatral es sin duda una fuente inagotable de sabiduría y una vacuna para aprender a integrar nuevos conceptos, es el laboratorio cognitivo que nos puede ayudar a establecer una conexión entre las intenciones y el comportamiento, de como representamos nuestra actitud visible frente a los demás, esa que nos hace aparentar a veces lo que no somos cuando la delgada línea que las separa de aquellas intuiciones totalmente emocionales con nuestra personalidad se rompe y llegan al mundo exterior sin ninguna coherencia razonada, sin matizar, distorsionada, sin construir algo positivo hacia el otro.

La paciencia nos demuestra que a veces puede ser frágil cuando vamos endulzando demasiado aquello que queremos recibir y al mismo tiempo lo aborrecemos al mismo instante  con lo agrio que conlleva el perderlo o no entender el resultado obtenido, en resumen, no retenemos aquello a lo que no dedicamos el tiempo suficiente, como este contenido que les estoy elaborando en estos momentos. Quizás cuando vayan al teatro recuerden estas palabras y cuando contemplen ese gran telón de teatro puedan resumir miles de emociones en una sola palabra, una imagen fotográfica para descomponerla en una narración diferente y disruptiva a lo que otras personas harían. Porque pensemos, ¿qué sería de lo imposible si aquello dejásemos de intentarlo?, nuestras fantasías teatrales y anhelos quedarían en nada.

La misma fragilidad con que perdemos la paciencia sucede también cuando nos enfrentamos a situaciones donde nos invade el miedo y que a veces nos frena, miedo a equivocarnos, a sufrir, a perder o aceptar nueva información que cambien nuestros arraigados paradigmas personales, como cuando vivimos ese momento donde nos tapamos los ojos intermitentemente, mirando de reojo la escena de terror, atrapados por el deseo de participar en ese momento pero reservándose el derecho a aumentar la distancia si el corazón o la mente se vieran sobrepasados por la intensidad de lo «vivido».

Por lo tanto la insistencia en la concentración que hagamos va a marcar toda la diferencia para comprender el mensaje que nos envían esas acotaciones espaciales tan maravillosas cuando las recordemos, viviendo aquel momento, cada detalle, recordando aquellos diálogos y sonidos melodiosos que recreaban una escena en concreto, esa que estás viendo ahora sobre tu pantalla y que te sirve de inspiración. Como si de una programación neurolingüistica se tratase, esquematizando, resumiendo frases y párrafos condensándolos en una sola palabra y la asociamos a una imagen, una fotografía vivida e intensa, haciendo de ambos recursos un anclaje profundo en nuestra memoria, cerrando un capítulo y abriendo otro al día siguiente cuando se abre el telón de la vida.