Hay una diferencia notable cuando vamos al cine y cuando optamos por ir a una función de teatro o musical en vivo y en directo. El teatro es fuente de emociones magnificadas, que despierta incluso al espectador más escéptico o despistado. Una obra de teatro se basa siempre en valores vitales, representados por personajes de la literatura del siglo pasado y a veces interpretado por actores que simulan un pasaje basado en lo actual. Pero quizás existen obras que recrean historias pasadas y que están ambientadas en un entorno moderno o cosmopolita. Son muchas las variantes que nos hacen levantarnos de las butacas, sobre todo cuando los actores intensifican los gestos, parodian, hacen una sátira o ironizan sobre un tema de actualidad. Está claro que el buen entendedor de las artes escénicas, no va al cine o al teatro para descansar en una butaca, el espectador busca más allá de las sombras, estilos nuevos, la elocuencia y el sentirse identificado con lo que ve y oye.
Sin duda alguna, un espectador se siente identificado con el actor, cuando éste actúa frente a una pared imaginaria. O lo que es lo mismo, el actor actúa en un escenario pero se enfrenta a un público invisible y el público ve el pedacito de vida del personaje que es representado. En una obra de teatro este efecto es más intenso, en el sentido de que el actor acapara toda la atención del espectador en un área muy delimitada, tan solo la capacidad interpretativa podrá transportar al espectador a un mundo imaginario, mientras que en el cine, la cámara es la que guía a muchas y variadas escenas, haciendo del papel y plano del actor una secuencia secundaria en ocasiones.
Pero quizás la proyección sobre una gran pantalla iluminada y en condiciones de oscuridad, atraiga al espectador cual si fueran luciérnagas, pues la oscuridad de la sala (que ayuda a la concentración, junto con el silencio expectante), la luminosidad de la pantalla blanca de proyección, con su haz luminoso, que capta la atención psicológica del espectador, el sonido envolvente y la comodidad que ofrecen las butacas de cine, son el cóctel perfecto para sumergir en un mundo de fantasías al público más exigente.
Está visto y comprobado que los espectadores cuanto van al cine retienen más recuerdos visuales -y más si están provistos de un sonido espectacular- son los que permanecen más tiempo en la memoria, por generar un efecto de anclaje. ¿Cuántas veces hemos salido de una película comentando las escenas más vibrantes?.
Los datos indican que una persona normal recuerda del 50 al 60 por ciento aquello que ve y oye, un 30 por ciento de lo que solamente ve y, aproximadamente también, un 15 por ciento si sólo lo oye. Por eso se ha popularizado este axioma: “una imagen vale más que mil palabras”. Por este motivo los fabricantes de sueños no dejan de aliarse con los relatos más increíbles y fantásticos posibles, con los efectos especiales más realistas posibles, que sean capaz de impactar y provocar en nosotros la catarsis que conecta, como ejemplo tenemos la saga de Harry Potter, o la Guerra de las Galaxias Star Wars.
Pero, ¿y el teatro?, ¿a caso no puede competir con el cine cuando se trata de crear expectación y empatía?. Un ejemplo claro lo tenemos con la reciente obra de Moby Dick, una recreación excelente de la obra del escritor Herman Melville y que está protagonizada por el actor Joseph María Pou. Sin duda una enardecida interpretación de este reputado actor catalán que sobrecoge a cualquiera que vaya a verla.
Viendo desde una perspectiva menos emocional y orientada más hacia la comodidad del espectador, los fabricantes de butacas para cines innovan nuevos modelos para adaptarse a las nuevas tecnologías del cine actual. Nos referimos al cine en 4D, donde el espectador se mete de lleno en la trama de la película, experimentando movimiento e incluso ya se están incorporando dentro de las salas de cines dispositivos muy parecidos a las atracciones de algunos parques temáticos, como son la sensación de frío u olores.